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Cuando la Mente se Aquieta: El Arte de Escuchar Nuestro Corazón

  • Foto del escritor: Lorenza Saldarriaga Tomic
    Lorenza Saldarriaga Tomic
  • 25 abr
  • 3 Min. de lectura

En el ajetreado mundo actual, donde las notificaciones no cesan y las exigencias parecen multiplicarse día tras día, hemos desarrollado una curiosa habilidad: la de ignorar nuestra propia voz interior. 


El caos de la mente moderna

La mayoría de nosotros vivimos sumergidos en un constante torbellino mental. Pensamientos que nos arrastran en direcciones opuestas, preocupaciones sobre un futuro que aún no existe, lamentos por un pasado que ya no podemos cambiar. Navegamos por la vida dominados por emociones que apenas comprendemos, reaccionando automáticamente a situaciones en lugar de responder conscientemente a ellas.


Este caos mental tiene un costo significativo: nos aleja de nuestra esencia, de aquello que verdaderamente somos y anhelamos ser. Nos convertimos en extraños para nosotros mismos, desconectados de nuestros valores más profundos y de nuestro propósito.


El poder transformador del silencio

¿Qué sucede cuando decidimos hacer una pausa? Cuando conscientemente elegimos detenernos, respirar y permitir que la mente se aquiete, algo comienza a ocurrir.


En ese espacio de calma que creamos a través de la meditación y las prácticas de atención plena, los pensamientos comienzan a asentarse como el polvo en agua tranquila. Ya no somos arrastrados por cada idea que surge; en su lugar, podemos observarlas con cierta distancia y claridad.


Es precisamente en ese silencio donde podemos finalmente escuchar lo que nuestro corazón siempre ha intentado decirnos. Esa intuición, esa sabiduría interna que quedaba ahogada por el incesante parloteo mental.


Redescubriendo nuestra naturaleza esencial

El desarrollo interior no es tanto un proceso de adquirir algo nuevo, sino de remover las capas que nos separan de nuestra verdadera naturaleza. Cuando la mente se aquieta, comenzamos a distinguir entre los pensamientos pasajeros y nuestra esencia perdurable.


En esa calma descubrimos aspectos de nosotros mismos que quizás habíamos olvidado: nuestra capacidad innata para la compasión, nuestra creatividad natural, nuestro anhelo de conexión auténtica. También se revelan con mayor claridad nuestros valores y lo que realmente nos importa, más allá de las expectativas sociales o familiares.


Este redescubrimiento de nuestra naturaleza esencial nos acerca a nuestro propósito. No necesariamente como una gran revelación dramática, sino como una serie de pequeñas claridades que nos van mostrando el camino a seguir.


Una práctica diaria para toda la vida

La quietud mental no es un destino al que llegamos una vez y permanecemos allí. Es más bien una práctica, un cultivo diario de ese espacio interno donde podemos encontrarnos con nosotros mismos.


Comenzar puede ser tan simple como dedicar cinco minutos cada mañana a sentarse en silencio, observando la respiración. O puede ser un momento de contemplación consciente mientras caminamos por la naturaleza. La forma no es lo importante; lo esencial es crear ese espacio regular para la quietud.


Con el tiempo, esta práctica de aquietar la mente se convierte en un refugio al que podemos acudir incluso en medio del caos. Nos permite responder a los desafíos de la vida desde un lugar de claridad y presencia, en lugar de reaccionar desde patrones automáticos.


Una invitación a la observación consciente

Te invito a reflexionar: ¿Cuándo fue la última vez que te diste permiso para simplemente estar en silencio y observarte sin juicios? ¿Qué has descubierto en esos momentos de quietud?


Si deseas profundizar en este camino de autodescubrimiento, los cursos de Reiki y meditación consciente pueden ser herramientas valiosas para cultivar ese silencio nutritivo. Son prácticas que nos enseñan a aquietar la mente para poder escuchar, al fin, lo que nuestro corazón siempre ha sabido.


Porque al final, la verdadera sabiduría no proviene del ruido externo, sino de ese espacio de quietud donde nuestro ser esencial puede hablar y ser escuchado.

 
 
 

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